El primero
Todo empezaba en el portal de mi escalera. Llamé al ascensor y cuatro vecinos más querían subir.
- ¡No saltéis o nos caeremos! – gritaba desesperado.
El ascensor se paró en un piso sin sentido. Se asemejaba a un cuarto montacargas.
- Os lo dije. ¿Y ahora como haremos para salir de aquí?
- Hay que pasar por dentro de los cuadros de colores.
Nos metimos en uno de ellos. Todo cambió. Ahora estábamos en una pequeña isla del Pacífico y nos rodeaban extraños animales de enormes ojos.
- Intentaré coger a uno de ellos por la cola y darle vueltas hasta que vuelvan a aparecer más cuadros de colores. – dijo mi vecina.
Se enfrentó al animal y le dio tantas vueltas que nadie podía ver nada. Se aproximaron unos soldados que parecían de un ejército alemán de tiempos no tan lejanos. Fui golpeado y desnudado por varios de ellos.
- ¡Atémosle y tirémosle al agua!
Ensangrentado, me iba hundiendo poco a poco. Miré al fondo y vi a cientos de cadáveres igual que yo. Decidí luchar por mi vida y empecé a nadar hacia arriba, pero una ballena en la que iba montado un soldado vino hacia mí y me golpeó nuevamente hacia abajo. Pierdo la conciencia…
Cambio. Ahora estamos en un despacho dentro de un búnker. Soy un oficial alemán. A mi lado hay otro oficial y Adolf Hitler. Sobre la mesa hay unos postres. Son hojas de flores de distintos colores.
- Lo siento señor. Lo hemos intentado todo, pero es el mejor domador de ballenas que jamás hayamos visto.
- Y desde luego estos postres que nos ha cocinado están deliciosos. – dice Hitler mientras saborea las hojas.
Se escuchan unos pasos. Sé que soy yo, pero aparezco en el cuerpo del protagonista de Salt Quàntic. Tengo cara de perro asustado y bonachón. Lo único que acierto a decir es:
- ¿Les ha gustado?
Suena el despertador y abro los ojos. Llevo toda la mañana dándole vueltas a este sueño. Sigmund, ¿qué opinas de ésto?
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