Ponys, por Azul Oscuro Casi Blanco
Pese a ser pony me pasé parte de mi vida siendo caballo. O yegua. Ya no lo recuerdo. Fui concebido en una gran juerga con caballos pasados de hierba. Hasta el día de mi nacimiento nadie podía asegurar si saldría blanco, gris, marrón o negro. De aquella noche sólo recuerdo el olor a alcohol de un redneck poco agraciado físicamente y los gritos de la puta de su mujer enorgulleciéndose de haber agarrado la polla unos meses atrás a mis cuatro posibles padres. Quién sabe si aún hacía visitas nocturnas al establo. Zorra. La lotería genética se había jugado y desgraciadamente me tocó perder. Potrillo con bigote. Único en todo Utah. En el siglo XXII acostumbran a poner punteros láser en las herraduras para señalar el tipo de caballo que eres. A mi me las tuvieron que cambiar a los 2 años cuando vieron que no iba ser un galán de crin larga. Embusteros. Ahora tenía las luces más horribles que se podían tener. En lugar de láser se asemejaban a dos bombillas rojas de club de alterne barato. Tengo que reconocer que me dejaban una sombra intrigante pero les faltaba style. Toda mi puta vida viendo películas del oeste, con esos caballos esbeltos y esas estupendas yeguas para ser montadas con esas nalgas y el pelo siempre estupendo. Dios, me pongo súperpony sólo con pensarlo. Me llevé la noticia y la tarjetita de pajero en forma de pera roja de cuarenta vatios. Era el puto pony con bigote más amargado al oeste del río Michimichi-gangang.
Con tres años me convertí en el primer pony científico nuclear de la historia y mi ambición era única: meterles por el culo a los caballos la mayor cantidad posible de hidrógeno fosfatinizado o en su defecto algo de polvos pica-pica y un Ford Fiesta amarillo.
A la edad de cinco de quedé ciego por culpa de abusar de la Play Station 18 y cuando estaba a punto de suicidarme vino en mi salvación un pony tibetano-bigotudo que me enseñó a amar a todos los seres y a los Juegos Olímpicos. Después lo maté y me lo comí. Reflexioné, me di cuenta de mi error y vomité. La forma de derrocar a los caballos siempre había estado dentro de mí. I just realized que me tenía que querer a mí mismo y dejar de tener prejuicios sobre como debería ser. Era un pony y estaba orgulloso de serlo.
Ahora que era verdaderamente libre sabía cuál era el camino a emprender. Primero de todo abriría una cuenta de fotolog que me había dado cuenta que molaba mogollón. Un pony ciego siempre vende. Lo segundo, intentar pasarme por la piedra a todas las ponias que se pusiesen a tiro. Iba a ser feliz y con suerte tocaría algunas tetas. Putas.
Con tres años me convertí en el primer pony científico nuclear de la historia y mi ambición era única: meterles por el culo a los caballos la mayor cantidad posible de hidrógeno fosfatinizado o en su defecto algo de polvos pica-pica y un Ford Fiesta amarillo.
A la edad de cinco de quedé ciego por culpa de abusar de la Play Station 18 y cuando estaba a punto de suicidarme vino en mi salvación un pony tibetano-bigotudo que me enseñó a amar a todos los seres y a los Juegos Olímpicos. Después lo maté y me lo comí. Reflexioné, me di cuenta de mi error y vomité. La forma de derrocar a los caballos siempre había estado dentro de mí. I just realized que me tenía que querer a mí mismo y dejar de tener prejuicios sobre como debería ser. Era un pony y estaba orgulloso de serlo.
Ahora que era verdaderamente libre sabía cuál era el camino a emprender. Primero de todo abriría una cuenta de fotolog que me había dado cuenta que molaba mogollón. Un pony ciego siempre vende. Lo segundo, intentar pasarme por la piedra a todas las ponias que se pusiesen a tiro. Iba a ser feliz y con suerte tocaría algunas tetas. Putas.
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